Desconfiar de las personas es algo que suele resultar imprescindible
para la mayoría de la gente.
Aunque muchas veces cuesta reconocerlo, uno tendría que haber
desconfiado de muchos –la mayoría- de los que compartían mi día a día antes de
estar SECUESTRADO en esta cárcel argentina.
La falta de desconfianza que me auto reprocho hace en realidad
al dolor que se genera en uno cuando descubres los engaños y falsedades que
antes no podías distinguir por vivir una vida alocada y vacía. Una vida de esas
que muchos llaman EXITOSA; y que yo hoy desde la distancia del pensamiento,
considero un mayúsculo fracaso.
La desconfianza bien administrada, se puede considerar como
una dieta equilibrada para prevenir un buen estado de salud; y esta desconfianza
bien controlada nos permitirá una protección del alma, del espíritu que tanto
debemos cuidar.
Y yo tengo un defecto con alto componente genético: NO SOY
DESCONFIADO.
Para algunos, la falta de desconfianza puede parecerles una
virtud, y por lo tanto no estar de acuerdo con la valoración anterior. Pero permítanme
asegurarles que durante los últimos cuatro años y nueve meses repasé todos y
cada uno de mis años disfrutados en este mundo, llegando a la dolorosa
conclusión de que si hubiese DESCONFIADO de muchos y en especial de mí mismo, hoy
no estaría escribiendo estas líneas en una celda de una cárcel argentina.
Dentro de ese completo repaso de mi vida, me encontré con un capítulo
especial y el más reciente. Es el que hace a esa carencia mía de poder desconfiar
de aquellos que me aseguraron que la JUSTICIA repararía mis males.
Tan ingenuo e incauto resulté, que aun viendo en mi propia
cara como me engañaban durante catorce meses de juicio, traté de no dar valor a
la DESCONFIANZA que despertaban en mí,
los representantes del Poder Judicial argentino.
Y ahora que aprendí a desconfiar un poco más, ya casi puedo
decir aquello de: “DESCONFIA Y ACERTARAS”.
Valentín Temes Coto.
ES COPIA LITERAL DE LO ESCRITO DE PUÑO Y LETRA POR VALENTIN
Lolo Temes Coto.
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