Un hombre espera en la cárcel la llegada del día en que irá a
juicio. Se enfrenta a una posible condena de veinticinco años. Los nervios no
le permiten conciliar el sueño, ni tener más de unos contados minutos de
distensión cuando sostiene con esfuerzo alguna conversación con otros reos.
La ansiedad que lo consume solo la calma engañosamente, sentándose
ante un exagerado plato de comida, o devorando chocolates y galletas sin pausa.
Es así como su cuerpo se convirtió en los últimos meses en una masa de grasa
deforme que da muestras claras del empeoramiento general de este preso que será
condenado.
Perdió el control de su vida, perdió la poca fuerza de
voluntad y disciplina que tan necesaria es para soportar la cárcel. Dejó de
lado aquellas rutinas que antes lo mantenían ocupado una parte importante del
día.
Puedo asegurar a cualquiera que lo ponga en duda, que estar
en la cárcel esperando a conocer la decisión de tres personas (jueces), sobre
lo que refiere a tu futuro durante los próximos diez, quince, veinte o treinta
y cinco años, supone un desgaste tan continuo e infernal que solamente lo
podemos valorar con algún realismo, los que estamos sufriendo un proceso penal.
Sin entrar en cuestiones de culpa y responsabilidad, dejando
de lado los numerosos casos de inocentes condenados, que existen y son muchos más
de los que la sociedad sospecha, y los medios denuncia; nos encontramos con una
situación que considero merece análisis y revisión: Me refiero al poder que la
sociedad otorga a personas que ejercen de jueces con poderes casi absolutos,
incluso de rango “divino”, para decidir sobre la vida de personas y familias
que se ven sometidos sin otra opción, al poder y resolución decidida por el
magistrado de turno.
El juez es una persona que tiene facultades desmedidas ante
sus semejantes sin existir un control de nivel de aptitud, y de actitud que el
juez de turno pueda presentar.
Los jueces son humanos con todo lo que eso significa; al
mismo tiempo que deciden sobre sus semejantes con poderes sobre-humanos, más
propios de otras épocas pasadas y de sociedades donde la libertad y los
derechos humanos no eran reconocidos.
Jueces que no dudan en manifestar públicamente sus
preferencias políticas, e incluso su fanatismo futbolístico y también
religioso; son los que tienen en su firma, aun sin haber leído más de dos líneas
del expediente, la facultad de condenar por ejemplo a este hombre que se está
consumiendo esperando el juicio, donde ser de Boca o ser de River el juez,
puede suponer diez, cinco, o quince años de mayor o menor condena.
Vuelvo a encomendarme al pronto desarrollo de la
Inteligencia Artificial, que pueda dejar a los jueces en sus casas viendo
futbol y tratando de entender lo que jamás podrían haber ignorado, que es el
hecho de que todos somos iguales ante la ley. Conseguir que esa Inteligencia
Artificial, bien documentada, independiente y desinsaculada se encargue de
impartir justicia, será uno de los mayores logros de la raza humana.
Mientras tanto, los presos pierden todo lo que los jueces
les quitan para despilfarrarlo en escritos sin fundamento, y prácticamente inentendibles
para la mayoría.
Valentin Temes Coto.
ESTA COPIADO DE LO ESCRITO POR VALENTIN.
Lolo Temes Coto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario