Siempre se dice
que la gente joven son el futuro, y que con ellos vendrá lo mejor. Estas
afirmaciones no son precisamente propias de los jóvenes, sino que más bien
somos los grandes los que las utilizamos; sin recordar que antaño éramos
nosotros mismos los protagonistas de esas palabras.
Yo creo que los jóvenes
hoy mucho más que antes son el presente y por supuesto también el futuro.
Nosotros los que ya tenemos más de cincuenta años, solo podemos acompañar a
estas generaciones que se verán obligados a soportar y disfrutar –según el
caso- por muchos más años de la compañía de padres y abuelos.
Hoy los jóvenes son
adultos y maduros antes que lo eran nuestras generaciones. Y hoy los grandes
tardamos más en ser…viejos, de lo que le ocurría a nuestros padres.
Viejo es algo
antiguo, no reciente, deslucido, estropeado.
¿Cuándo se es
realmente viejo? ¿Y cuándo joven?
Tal vez hoy
podamos sentirnos viejos cuando nos acercamos a los cien años y nuestro físico nos
deja en evidencia que por fin somos viejos. Pero también en muchas ocasiones
nos llegamos a considerar viejos porque no entendemos tal o cual aplicación informática,
y porque nuestros hijos jóvenes tienen por futuro la incertidumbre que nosotros
jamás sentimos hasta después de habernos jubilado.
Grandes –no viejos-,
y jóvenes –no críos- estamos obligados a convivir y aportar para tratar de construir
un mundo más justo, donde todos tengamos que ser respetados sin importar la
raza, la edad ni las creencias.
El párrafo
anterior es una muestra concreta de lo que se entiende por utopía. Sistema o
proyecto irrealizable, es como el diccionario define a esta palabra que tanto
se corresponde con los diferentes referentes sociales de la actualidad.
Siempre se puede
leer y en ocasiones -cada vez menos oír-, que la sabiduría esta ligada a la
edad, a la experiencia, al paso del tiempo. Pero no es menos cierto que este
criterio choca cotidianamente con las nuevas generaciones de jóvenes cada vez
más formados y mucho más activos comunicativamente que todas las generaciones
que los precedemos.
El paso del
tiempo en cada uno de nosotros tiene un efecto distinto, donde la única similitud
sin exclusión alguna en mayor o menor medida, es que nuestro cuerpo sufre trasformaciones
decadentes. Nos vamos arrugando, perdemos vitalidad, y cada uno de nuestros
sentidos se resiente y debilita. Pero también es muy posible crecer y fortalecerse
mentalmente, porque todas las experiencias de más de medio siglo de vida,
aportan una infinita red de conexiones en nuestro cerebro, que si podemos
manejarlas con nuestra mente, estaremos ante personas grandes y valiosas dentro
del mundo de nuestros jóvenes.
Y es aquí en
este punto cuando yo tengo un gran temor, al ver como los jóvenes ligados a
esas personas grandes que solo pensaron toda su larga vida en ellos mismos, van
a inducir su miseria humana y vieja, a esos jóvenes cercanos.
Lo anterior no
supone ninguna novedad para la raza humana, ya que siempre esto fue así. Pero
para mí, para los que tienen mi edad, es una sensación nueva porque hasta hace
muy poco éramos nosotros los que no teníamos tiempo para pensar y valorar el
presente y el futuro de unas y otras generaciones.
Confiemos en que
la mayoría de nosotros podamos añejar como el buen vino que mejora con los
años.
Valentín Temes
Coto.
ESTA COPIADO LITERALMENTE DEL ESCRITO DE VALENTIN
Lolo Temes Coto.
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