Siempre fui una persona de llanto más bien fácil, tanto ante
la tristeza como ante la alegría y la emoción de momentos tales como los logros
de deportistas admirados, o hazañas de personas reconocidas por su valor y
decisión.
Lloré mucho cuando me encontré solo, encerrado aquella
primera noche en una sucia comisaria de Buenos Aires, cerca del juzgado donde
me presente a declarar que era inocente…
También derramé muchas lágrimas cuando en las tristes noches
en la celda, me acordaba de mis hijos, de mis hermanos, y de todas las personas
que yo quería y que no podía ver.
No pude contener las lágrimas la primera vez que vi salir
para colonia (prisión del interior de la Argentina), a un interno que no quería
salir de este centro. Era un finlandés con más de sesenta años, con problemas
de salud físicos y mentales… Fue obligado y despojado de la mayoría de sus
pertenencias.
Lloré de alegría y de emoción cuando se fue en libertad aquel
amigo coreano llamado KIM, que se pasó cuatro años y cuatro meses preso sin ser
juzgado… Así está al día de hoy; pero LIBRE.
Y lloré viendo fotos de personas queridas y leyendo escritos
que yo mismo hacia durante horas y horas de soledad.
Rompí en profundo llanto el día que me quería morir y no fui
capaz de juntar el valor para matarme.
Lloré calladamente cuando vi en la Unidad 29 de Comodoro Py a
hombres de más de setenta años enfermos, que esperaban ir a juicio, y que ni
siquiera tenían conciencia de donde estaban. Eran ex militares que les tocaba
rendir cuentas por crímenes y abusos, pero también por haber sido simplemente
militares en épocas pasadas. Se habían quedado sin ninguno de los derechos
humanos reconocidos en el mundo, y por los que ellos mismos eran juzgados…
También lloré cuando el Juez Brugo me dijo –con voz y risa irónica- la frase de “Bienvenido a la Argentina” como respuesta a mi queja por llevar
tres días sin poderme asear ni cambiar de ropa.
Lloré cuando un día se puso un sobrino mío al teléfono y me
quedé sin voz, por no poder explicar lo inexplicable.
Tanto llevo llorado, que ahora tengo temor de no poder llorar
por nada ni por nadie más.
Cuando escribo esta nota y recuerdo todo mi llanto derramado,
pienso que realmente ahora estoy enfermo, porque ni siquiera al recordar todos
esos momentos, aparecen las lágrimas en mis ojos.
Tal vez un día me pueda curar, y pueda volver a ser capaz de
llorar.
Pero hoy por hoy, ni mis verdugos ni mis amores logran que mi
llanto aparezca.
Tal vez sea este, el único efecto cierto que produce la
cárcel en un hombre. Y creo que no está contemplado en ninguna sentencia, que
alguien tenga que perder el llanto.
Ese llanto que es fundamental para poder vivir y tratar de
ser feliz aunque no más sea por momentos…
También eso me robaron los magistrados corruptos que solo
saben mofarse de las desgracias ajenas.
Valentín Temes Coto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario