El otro día por teléfono hablaba con un hombre que es sereno,
cuerdo y prudente a la hora de pensar y más aun a la hora de hablar.
Esta persona que yo mucho aprecio, me dijo: “algo tiene que cambiar…”
No estábamos hablando en ese momento de mi triste realidad,
ni de su sufrir en particular. Comentábamos las noticias que cada día llenan
las páginas de los diarios y los informativos de noticias de España, de
Argentina, del Mundo…
Me quede pensando esa misma tarde, lo convencido que este
hombre grande -poco amigo de hablar de mas-, estaba cuando dijo esas cuatro
palabras.
Tiene nietos, por lo tanto imagino que pocos son sus sueños
propios de futuro… Y dijo que “algo tiene que cambiar”. Parecía dispuesto a
gritarlo, a manifestarlo de alguna manera, buscar algo bueno en medio de tanta corrupción,
de tanta basura humana adornada con poder y dinero.
Lo que dijo esta persona, es lo que la mayoría de los
ciudadanos por unas u otras circunstancias estamos sintiendo. Y tenemos una
gran sensación de angustia e impotencia porque no podemos conseguir más que el
comentarlo entre nosotros.
Los ciudadanos comunes, igual los que estamos presos que los
que están libres, ya que todos somos víctimas de los mismos, no tenemos medios,
formas, maneras de conseguir que nuestros reclamos sean aceptados.
Gritamos y nos escuchan, pero esa minoría que se perpetúa en
los distintos poderes de nuestra sociedad, no está dispuesta a ceder el más mínimo
beneficio a la plebe.
Son muy pocos los que tienen algo para aportar al bien común
y que no tienen algún precio para poder ser sometidos.
Y somos muchos, la gran mayoría los que no tenemos ni
siquiera tarifa mínima para ser considerados por la minoría dominante de
nuestra sociedad actual.
Y es tan complejo y casi perfecto el engaño, que existen
millones de personas en este mundo que se creen libres e incluso que cuentan
con ciertos poderes y beneficios. Son peldaños, somos pasos de una escalera
humana que tiene múltiples direcciones y que solo unos cuantos conocen y
marcan.
Algo tiene que cambiar… Podemos juntar los millones de
veces que hombres, mujeres, jóvenes y viejos decimos estas palabras entre
nosotros. Esos millones de veces escritos en millones de lugares del mundo,
donde los que no quieren cambiar, tengan que aceptar lo que ya tarda en llegar.
Y creo yo desde este lugar tan funesto, que lo primero que
tenemos que cambiar todos los que sentimos esa necesidad de cambio, es nuestra
risa…
Aprendamos a reírnos de nosotros mismos y de los que nada
quieren cambiar en este mundo. Verán como solo se quedaran sin reír los
desgraciados que se sostienen en lo inveterado.
La palabra que cierra
el párrafo anterior me hace reír a carcajadas, porque es una de las predilectas
de algunos que no cambian sus sentencias.
Algo tiene que cambiar… y cambiara.
Valentín Temes Coto.
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