La soledad de la celda permite tener la intimidad que solo se
puede lograr en ese lugar reducido y destartalado.
En mi celda, en mi hábitat, trato de conseguir el ambiente más
cómodo, higiénico y ordenado que se puede lograr estando preso sin privilegio
alguno, en esta cárcel argentina.
Los domingos –día de fajina general del pabellón- cepillo las
paredes, el techo y el piso con diez litros de lavandina –lejía para mis
paisanos- intento limpiar los dos reducidos cristales de la ventana, y finalizo
enjuagando el piso con agua caliente y un limpiador de piso aromatizado que
venden en la cantina.
Con esta disciplina semanal, más una barrida y limpieza
diaria, consigo mantener alejadas a las cucarachas que circulan impunemente por
las paredes y el piso del pabellón.
Y cada día, ocupado en estas cotidianas tareas de limpieza,
mas varias horas de lectura, algunas de deporte y entre tres o cuatro tecleando
en esta computadora… me encuentro con el obligatorio encierro a las 24 horas
del día.
Y es justo cuando me acuesto cada noche, que se encuentra
uno, con uno mismo.
Algunas noches me reconozco, y me identifico con el Valentín
que era antes de aquel mes de junio del 2010.
Otras por el contrario me impresiono bastante, al comprender
que no tengo los mismos sentimientos de antaño.
Y en ocasiones tengo sueños hermosos donde no aparecen las
personas que tanto daño me están haciendo. Son sueños de futuro donde no existe
el odio, el rencor ni la venganza. Sencillos sueños que guardan ilusiones
nuevas.
Al recordar estos sueños, vuelvo a pensar en mi encuentro
conmigo mismo, que cada noche se presenta sin pausa ni sosiego, y concluyo que
mis heridas tienen cura, aunque a bien seguro me dejaran cicatrices visibles.
También se repasa con uno mismo, todo lo que uno perdió en
estos años de injusto cautiverio. Y resulta imposible, el hacer el cálculo de
las perdidas…
Las materiales suponen más de lo que uno hubiese podido
imaginar en los peores momentos.
Las anímicas, las personales y familiares son
incuantificables; porque todo lo sufrido en estos años por parte de nuestras
familias y amigos no se puede ni por asomo, el poderlas valorar.
Así pasan los días, así son las jornadas y de este modo tan
sencillo y práctico, es como consigo ir manteniendo vivo a aquel Valentín de
antaño.
Tal vez me encuentre con la sorpresa de que ante la ansiada
libertad, se presente repentinamente otro nuevo Valentín que hoy desconozco.
Alguien distinto, diferente en sus criterios e ideas. Uno posiblemente mejor
que el anterior, para los que lo aprecian; y muy aislado e indiferente con el
resto de la gente.
¡Veremos!
Valentín Temes Coto.
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